A lo lejos, una cadena de colinas ponía fin a la interminable llanura que se había extendido, con apenas un pequeño cerro de vez en cuando, a lo largo de mil quinientas millas. Por encima, aquí y allí, se elevaba un picacho nevado. Eran evocaciones de Mayne Reid: las Rocosas, ¡mis viejas amigas las Rocosas!…
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