«Nada existe en México que parezca vulgar, todo alcanza grandes proporciones y todo tiene un aire pintoresco», aseguraba, allá por 1840, Madame Calderón de la Barca, quien por ser esposa del embajador español en México, había dado con sus huesos en ese país cuyos paisajes y costumbres avivaban su curiosidad día a día.

«Cualquiera sea el tiempo en que tengamos que partir, estoy convencida de que tendremos el sentimiento de hacerlo sin conocer aún muchos lugares dignos de interés», reflexionaba la mujer en una de tantas cartas que escribía a sus familiares y amigos.

Pero la llegada de un relevo para el puesto diplomático, le ofreció al matrimonio la oportunidad de reducir la sensación de no haber visto suficiente. Antes de abandonar el país, emprendieron una excursión de cinco semanas –primero en diligencia y luego a caballo–, por Michoacán.

Entre Morelia y Pátzcuaro, los Calderón, siempre acompañados de una comitiva de notables locales y sirvientes, programaron un baño en las aguas termales de Coincho. El solitario lugar consistía entonces en dos grandes aposentos y una cocina que cuidaban un anciano inválido y sus dos hijas, «de extraordinaria hermosura».

Pues los Calderón tomaron su baño tibio en tanto esperaban la llegada de sus mulas cargadas de pertrechos, que los seguirían a paso moderado, para alcanzarlos en Coincho a la hora del almuerzo, y luego continuar camino hacia Pátzcuaro. Pero las pieles estuvieron a punto de ponerse como pasas… y de las mulas ni noticias.

Transcurrieron las horas y los animales, con su cada vez más preciado cargamento, no aparecían. Las hipótesis sobre el porqué de la tardanza se multiplicaban… y nada. En esos apuros estaban cuando las muchachas de los baños, «náyades de las fuentes termales», compadecidas del hambre que pasaban en ese momento los visitantes, acudieron a ofrecerles sus servicios.

Una de ellas le preguntó a Madame Calderón si gustaba, entre tanto, «comerse un burro». Aunque, tras dos años de vivir en México, la señora dominaba el español, entendió que un «burro» era un «asno» y contestó horrorizada que prefería esperar un rato más antes de tomar una medida tan desesperada. La otra muchacha, para ayudar a aclarar la confusión, señaló que tal vez las conociera como «pecadoras». Pero no.

Afortunadamente intercedieron los acompañantes locales y, se tratara de «burros» o «pecadoras», mandaron traer al momento el tentempié: tortillas calientes con queso.

A medida que se hacía tarde, la desesperación aumentó y las muchachas creyeron oportuno salir a cazar una vieja gallina que picoteaba entre los cerros, para improvisar una cena que nadie despreció.

«Le hicimos cerco a la gallina, durísimo y viejo animal, que debía haber cacareado durante quién sabe cuántas revoluciones», relató divertida la señora, más acostumbrada a los manjares de la alta sociedad.

Pero allí no terminaron las incomodidades. Las mulas perdidas cargaban las camas con las que viajaban los Calderón y fue preciso improvisar un colchón de paja para pasar la noche. Por fin, con el nuevo día, la comitiva partió.

A poco de andar, en un lugar llamado El Correo, dieron «con lo pertinente y con lo perteneciente», las mulas y la carga. Los arrieros habían olvidado el nombre de Coincho y, sabedores de que no había otro camino hacia Pátzcuaro, decidieron esperar allí a los hambrientos y entumidos Calderón de la Barca.

 

Ficha Personal
  • Nombre de soltera: Frances Erskine Inglis (1804-1882).
  • Nació en Edimburgo, Escocia. Pero vivió en Boulogne, Boston, Washington, México y Madrid.
  • Esposa del diplomático Ángel Calderón de la Barca, primer Ministro Plenipotenciario de España en México (Embajador), luego que su país reconociera la Independencia.
  • Autora del libro La vida en México – Durante una residencia de dos años en ese país, una compilación de sus cartas a familiares y amigos.
  • Por su amplia cultura, fue nombrada institutriz de la Infanta Isabel Francisca de Borbón y terminó sus días en el Palacio Real de Madrid.

 

Fuente: La vida en México, de Madame Calderón de la Barca, Editorial Porrúa, 1981.

Escrito por:Jes Garbarino

Periodista y viajera. Armo la maleta (antes era mochila) cada vez que tengo oportunidad, desde hace más de 20 años.

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