Tras los pasos de Fernand Léger en Biot.
Los colores primarios en estado puro me causan una primera, fuerte impresión. Luego me atrapa esa geometría orgánica –tan característica de Fernand Léger–, que nunca aceptó resolverse en pura abstracción. Los murales hechos de mosaico que decoran por fuera el edificio del Musée National Fernand Léger de Biot son toda una convocatoria. No hay cómo evitar el entusiasmo y el impulso de entrar al museo, rodeado de extensos y encantadores jardines, con una vista espléndida de los alrededores.
Una vez adentro, es posible recorrer toda la evolución del artista, desde sus comienzos impresionistas, su coqueteo con el fauvismo, los experimentos cubistas, los contrastes de formas y colores, la cercanía con la abstracción, sus más famosas obras cuyas composiciones develan mecanismos sociales y aquellas que nos hablan tanto del trabajo como del ocio.
Allí también se puede descubrir la faceta de ceramista de este pintor que, como los otros de su época, experimentó con el cine, además de diseñar escenarios y vestuarios. Con la ayuda de Roland Brice, un estudiante que trabajaba como ceramista en Biot, a partir de 1949 Léger creó bajorrelieves y esculturas polícromas como Mujer con papagayo, La flor caminante o El jardín de los niños que, con sus grandes dimensiones, llena de color una parte del jardín del museo.
La intensa relación con los ceramistas de Biot llevó a Léger a adquirir en 1955 una casa de campo con un gran terreno en las afueras de ese vecindario. Aunque no pudo disfrutarla mucho puesto que murió poco después, ese mismo año. Entonces Nadia Khodossievitch, su viuda, y Georges Bauquier, asistente y amigo íntimo de Léger, decidieron utilizar el predio para construir un museo donde exhibir su obra. Así, en 1960 se inauguró este museo que hoy se recorre sin solemnidad y con la alegría que despiertan los cuadros en combinación con las vistas a través de sus ventanas.
Otra vez afuera, los jardines proponen prolongar la visita un rato más, tomarse un café al aire libre, apreciar con más detalle los mosaicos, bajorrelieves y esculturas, disfrutar del extenso panorama. El paisajista Henri Fisch se ocupó de diseñar el jardín donde plantó cipreses, pinos, olivos y ni una sola flor, para que toda la atención se la llevaran los brillantes colores de la obra de Léger.
Luego decidí dar un paseo por Biot, visitar sus famosos talleres de vidrio soplado y hasta probar esa técnica en el atelier del artista contemporáneo Antoine Pierini. Más colores, transparencias, formas abstractas liberadas de la atadura de lo utilitario…
Allí terminas de comprender que hace falta esa luz intensamente pura de la Côte d’Azur para apreciar en toda su potencia los colores, esos colores que inspiraron a Léger y que explotan en sus trabajos.
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4 comentarios en “Léger en la CÔTE D’AZUR: Máquinas vivaces”