El Delta del Río Paraná, a apenas una hora de la ciudad de Buenos Aires, sorprende a los visitantes con sus recovecos ocultos en la maraña de arroyos e islas.

El escritor de los laberintos amaba sentarse en el gran salón de un recreo del Tigre, sobre el Río Carapachay, para perderse –tal vez– en sus tribulaciones de Minotauro. «Ninguna otra ciudad que yo sepa, linda con un secreto archipiélago de verdes islas que se alejan y pierden en las dudosas aguas de un río …», aseguraba por entonces Jorge Luis Borges. El Delta del Río Paraná, a escasos 30 kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires, constituye un refugio entrañable para miles de porteños que cada fin de semana buscan escapar de la ubicuidad del asfalto y perderse en sus rincones íntimos.

El Río Paraná se deshilacha en un amplio delta antes de perder identidad en el descomunal Río de la Plata. El delta turístico más frecuentado es la Primera Sección de Islas, entre el Río Paraná de las Palmas, el Canal Arias, el Río Luján y el Río de la Plata. La zona, de 220 kilómetros cuadrados, pertenece al municipio de Tigre y cada fin de semana recibe a miles de visitantes.

 

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Muchos porteños (como se conoce a los habitantes de la ciudad capital), definitivamente afectados por el mal del sauce, que los enamoró del Tigre con tal pasión que no pueden dejar de regresar cada vez, tienen sus casas de fin de semana en las islas. Montadas sobre precavidos palafitos, las viviendas se salvan de la mojadura cuando el viento sudeste hace crecer los ríos hasta borrar las islas. Cada casa tiene su coqueto muelle de madera, donde pueden leerse los nombres elegidos por sus dueños, que muchas veces remiten a historias personales: El metejón, Nuestro secreto, Lo de Laura.

Instalados en sus respectivos muelles, a la sombra de las casuarinas, los vecinos toman mate durante horas, saludan a los remeros que cortan sigilosos el agua lodosa con sus botes de madera de barnizado impecable, atienden a la lancha colectiva por si trae algún amigo de visita, compran el carbón que olvidaron llevar para el asado a la lancha almacén y, en verano, se lanzan de cabeza al río para mitigar el calorón. Quizá también algún solitario, con los pies colgando hacia el río, dedique buena parte de su tarde a mirar fijo una caña de pescar, sin esperar necesariamente que la carnada resulte tentadora a algún pez desprevenido.

Las islas cuentan, por otra parte, con recreos donde los visitantes eventuales van a pasar el día. Allí siempre se puede encontrar un restaurante, una amplia zona parquizada, todos los servicios, canchas para practicar distintos deportes, sillas y sombrillas para tenderse al sol, juegos para niños y, en algunos casos, habitaciones para pasar la noche.

Lanchas colectivas

Como las lanchas colectivas son un transporte público que utilizan a diario los habitantes permanentes de las islas para ir a trabajar a tierra firme, para cruzar a la isla en que está la escuela o para asistir a misa, el turista que quiere navegar en esas pintorescas embarcaciones tiene dos opciones: elegir un restaurante o recreo para pasar el día, dirigirse a la Estación Fluvial y usar este medio de transporte para llegar (no olvidar averiguar el horario de regreso), o buscar las lanchas que salen desde el Mercado de Frutos y realizan un paseo redondo de aproximadamente una hora y media.

En ambos casos, los turistas tendrán oportunidad de ver el bello edificio del casino; el Parque de la Costa, una especie de mini Disney vernáculo con personajes del Delta; y la casa del expresidente argentino Domingo Faustino Sarmiento, preservada bajo una extraña caja de cristal.

Aunque el paseo en lancha por los laberínticos ríos y arroyos que se abren paso entre las islas es fundamental para hacerse una idea completa sobre el Tigre, en tierra firme hay mucho para hacer. El recorrido puede empezar en la terminal de trenes, donde llega, tras 55 minutos de viaje, el convoy que parte de la estación Retiro del Ferrocarril Mitre. Quienes accedieron al lugar en auto, si lo desean, pueden dejar su vehículo en el estacionamiento que hay junto a la terminal de trenes o en el que se encuentra unos metros más adelante, pegado a la Estación Fluvial.

Puerto de Frutos

Pero el paseo más popular consiste en darse una vuelta por el ajetreado Puerto de Frutos y sus inmediaciones, comer algún asado de cara al río y comprar artesanías.

Antiguamente, en el Puerto de Frutos se comerciaban exclusivamente frutos cosechados en la isla, en especial cítricos. Pero en la actualidad, fue reemplazado por un centro comercial con puestos que ofrecen todo tipo de frutas y verduras, canastas y muebles en mimbre, caña u otras maderas de la isla, artesanías de muy buena calidad a precios accesibles, plantas y productos regionales, además de los restaurantes y parrillas. El camino al mercado, desde la Estación Fluvial, está claramente señalizado y se puede llegar a pie o en automóvil.

El retorno –si todavía no anochece, a fin de ver mejor el paisaje–, se puede hacer en el Tren de la Costa, que se toma frente a la entrada principal del Parque de la Costa y circula junto al río, atravesando los barrios más exclusivos del conurbano bonaerense. Cuando este tren termina su recorrido, es necesario hacer un trasbordo al ramal Mitre del Ferrocarril Mitre, para llegar hasta la Terminal de Retiro.

Por entonces, de vuelta en la gran ciudad, posiblemente ya se sufra del mal de sauce y no se pueda dejar de regresar al Tigre en cada oportunidad. Pero ahora como iniciados en los secretos del archipiélago de verdes islas.

Escrito por:Jes Garbarino

Periodista y viajera. Armo la maleta (antes era mochila) cada vez que tengo oportunidad, desde hace más de 20 años.

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