La necrópolis más aristocrática de Buenos Aires alberga a ex presidentes, héroes de la Independencia y familias tradicionales, en tumbas que son exquisitas obras de arte. Pero los turistas acuden sin falta a la bóveda de Eva Perón, cuyo cuerpo embalsamado peregrinó durante 24 años antes de yacer allí, bajo tres puertas blindadas.

La historia del país acecha en cada tumba del Cementerio de la Recoleta. Los nombres que repiten la nomenclatura de las calles argentinas, las fechas cerradas, los epitafios misteriosos, despiertan la intriga del visitante. Qué proeza, qué cobardía, qué fortuna los llevó a ese lugar tan distinguido. A todos los une la misma paz fatal, que a veces hace dudar de las feroces batallas que los enfrentaron en vida.

Aunque la muerte –se sospecha–, iguala a todos, la aristocracia que dio con sus huesos en el que fuera el huerto de los monjes recoletos, junto a la iglesia del Pilar, parece haber querido llevarse consigo algo del lujo que disfrutó en esta vida.

Cada cripta es un pequeño palacete, de variados estilos arquitectónicos, muchas veces rematada con esculturas de algún artista famoso. Las cuatro cuadras que ocupa el camposanto abundan en ángeles alados, cúpulas, monumentos, cruces, honores, rejas portentosas, bronce, vitreaux y mármol importado. Y escasean en lágrimas: cada implacable tragedia ocurrió hace ya mucho tiempo.

El gobernador Martín Rodríguez dispuso en 1822 la prohibición de las inhumaciones en conventos e iglesias, de modo que convirtió en cementerio público a parte del huerto de los Recoletos. Originalmente se llamó Cementerio del Norte, pero trascendió como Recoleta.

El ingeniero Felipe Bertres trazó los planos y, en 1828, Manuel Dorrego, gobernador de Buenos Aires, lo hizo ampliar hasta su superficie actual. Cuando Torcuato de Alvear fue intendente de la ciudad, allá por 1881, se remodeló y construyó la actual entrada con columnas dóricas. La Capilla de las Bendiciones, lugar destinado a rezar los responsos, cuenta, desde 1887, con una imagen de Cristo tallada en mármol de Carrara de una sola pieza por el escultor Monteverde y trasladada desde Europa.

Ayeres plagados de contrastes

Pero la historia argentina tuvo poco de la calma de esa necrópolis elegante y sofisticada. Enemigos acérrimos, demócratas y golpistas, víctimas y victimarios, ganadores y perdedores, comparten en el Cementerio de la Recoleta un destino común.

Visitas guiadas gratuitas en español: De martes a viernes a las 11 de la mañana; los sábados, domingo y feriados a las 11 y las 15 horas. El punto de encuentro es el pórtico de entrada. Duran aproximadamente una hora y media. El paseo se suspende por lluvia.

 

Domingo Faustino Sarmiento, presidente de la República entre 1868 y 1874, escritor, periodista, polemista y autor del Facundo, texto fundacional de la literatura argentina, inspirado por el caudillo Juan Facundo Quiroga, de ideas radicalmente opuestas a las suyas, tiene su Mausoleo en la Recoleta. Lo mismo que el Tigre de los Llanos, como se conocía a Quiroga, quien yace de pie en un sepulcro coronado con una escultura de Antonio Tantardini, La Dolorosa, que evoca a la viuda del caudillo.

Una urna de mármol blanco con las cenizas de Manuel Dorrego, en una bóveda sencilla, recuerda las hazañas de este militar en la campaña del Alto Perú durante las batallas independentistas. Mientras en otra tumba de un negro profundo, con un granadero de piedra como escolta, yace Juan Lavalle, quien depuso a Dorrego de su cargo de gobernador de Buenos Aires, en 1828, y lo mandó fusilar, en lo que se considera uno de los grandes errores de la historia nacional, falla que le valió el apodo de Espada sin Cabeza.

Un perdedor célebre: el boxeador Luis Ángel Firpo, conocido como el Toro de las Pampas, derrotado por faltarle el favor del referí que estaba de parte de Jack Dempsey, en el Polo Ground de Nueva York, en 1923. Y el ganador del Premio Nobel de Química en 1970, Luis Federico Leloir, quien ocupa un lugar en el Mausoleo familiar, que reproduce un templete griego y tiene el interior de la cúpula y el oratorio recubiertos por venecitas (una especie de mosaico) de oro de 24 kilates.

La agitada inmortalidad de Evita

Pero si de contrastes se trata, María Eva Duarte de Perón es el ejemplo más paradigmático del Cementerio de la Recoleta. La Abanderada de los Humildes, como la recuerdan sus seguidores, descansa desde 1976 en una bóveda familiar, bajo tres puertas blindadas con cerraduras de combinación como las de los bancos… y rodeada de esa gente que detestó: la oligarquía nacional.

Cementerio de la Recoleta
Mausoleo de la familia Duarte, donde yacen los restos de Evita, en el Cementerio de la Recoleta, Buenos Aires.

Aunque ahí no se terminan las coincidencias: a 300 metros de Evita, está el sepulcro del General Pedro Eugenio Aramburu, líder del golpe que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955 y ordenó a agentes secretos del ejército robar y esconder el cadáver embalsamado de la lideresa, pues temía que las masas enardecidas lo blandieran en una revuelta popular contra el régimen. El cuerpo estuvo escondido durante 16 años –dentro y fuera del país, en un derrotero insólito que relata el escritor Tomás Eloy Martínez en su novela Santa Evita–, y sólo unas pocas personas sabían su paradero.

Con el objetivo de recuperar los restos de Evita, en 1970, el desaparecido grupo guerrillero Montoneros secuestró y asesinó a Aramburu, sin lograr su cometido. El cuerpo le fue devuelto a Perón en España en 1971 y recién lo repatriaron en el 1974, para alojarlo en la capilla de la Quinta Presidencial de Olivos, junto al de su esposo. Pero nuevamente los militares, tras el golpe del 1976, decidieron el destino de Evita: el Cementerio de la Recoleta, donde nunca faltan velas y flores para ella, que es la más visitada por los turistas de todo el mundo.

 

Dirección: Junín 1760, barrio de la Recoleta, Buenos Aires, Argentina.

Horario: Abierto todos los días de 7 a 17:30 horas.

 

Escrito por:Jes Garbarino

Periodista y viajera. Armo la maleta (antes era mochila) cada vez que tengo oportunidad, desde hace más de 20 años.

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