Corría el año 1940 cuando Pablo Neruda, con el cargo de cónsul general de Chile, fue enviado al México «florido y espinudo» que recorrió en múltiples viajes y describió en sus memorias. El poeta no tardó en trabar amistad con los muralistas que, por aquel entonces, dominaban la vida intelectual del país y «cubrían la ciudad con historia y geografía, con incursiones civiles, con polémicas ferruginosas».
Neruda trató por entonces con José Clemente Orozco, «titán manco y esmirriado, cuya persona parecía carecer de la violencia que tuvo su obra», con Diego Rivera, «el invencionero, maestro de la pintura y la fabulación», y con David Alfaro Siqueiros, «temperamento volcánico que combina asombrosa técnica y largas investigaciones». Pero este último le despertó especial simpatía al poeta. Juntos se embarcaban a menudo en largas disertaciones y otras complicidades.
Pero, pequeño detalle, Siqueiros pasaba, en esa época, una temporada en la cárcel, condenado por haber participado en una incursión armada a la casa de León Trotski. Sin embargo, Neruda tuvo oportunidad de reunirse con el muralista en la prisión… y fuera de ella.
La amistad de ambos con el comandante Pérez Rulfo, jefe de la penitenciaría, propiciaba cierta indulgencia con el célebre recluso. Así, los tres solían irse de copas juntos. Claro que tomaban la precaución de elegir bares donde su presencia pasara suficientemente inadvertida.
Ya tarde, en la noche, con la ayuda de la sombra ubicua, cada uno regresaba de incógnito a su puesto. Neruda despedía con un abrazo a su amigo David, que quedaba tras las rejas, como si nada hubiera pasado.

Entre salidas clandestinas de la cárcel y conversaciones sobre todos los temas posibles, tramaron Siqueiros y Neruda la liberación definitiva del muralista mexicano. El poeta-cónsul estampó en el pasaporte del convicto una visa que le permitió viajar a Chile con su mujer, Angélica Arenales. Algo que el propio Neruda confesó más tarde, con un dejo de orgullo y picardía, en sus memorias.
La obra de Siqueiros, de esta forma, tuvo continuidad en los muros sudamericanos. Por esos rumbos, más precisamente en la ciudad chilena de Chillán, el gobierno mexicano había construido una escuela, solidario tras la destrucción causada por un terremoto. Allí, en la biblioteca de la llamada «Escuela México», pintó Siqueiros, en 1942, Muerte al invasor, uno de sus murales inolvidables. La tarea se le había encomendado a modo de conmutación de pena.
«El gobierno de Chile me pagó este servicio a la cultura nacional, suspendiéndome de mis funciones de cónsul por dos meses», se quejó, divertido, Neruda. Y aprovechó la «licencia» para seguir viajando por México, «el último de los países mágicos».
Ficha Personal
- Verdadero nombre: Neftalí Ricardo Reyes Basoalto (1904-1973).
- Nació en Parral, Chile.
- Poeta. Autor de los libros Crepusculario, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Residencia en la tierra, Canto general y Los versos del capitán, entre otros.
- Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1971.
- Fue cónsul de Chile en Ceilán, Java, Singapur, Buenos Aires, Madrid y México. También se desempeñó como senador, candidato a presidente y embajador en Francia.
Fuente: Confieso que he vivido – Memorias, de Pablo Neruda, Editorial Planeta, 1989.