Cuatro días de navegación por los afluentes del río Amazonas, en la zona más desconocida de Perú.
Aislada y exuberante, la selva amazónica peruana, más precisamente la Reserva Nacional Pacaya-Samiria, es la última etapa de este viaje lleno de revelaciones. Lejos del Perú más conocido, este rincón tropical y agreste se recorre en un exclusivo crucero que transporta un máximo de 30 pasajeros. Casi sin señal en los teléfonos celulares, sin televisores, ni wi-fi, navegando en aguas remotas; en cambio, con grandes ventanales que hipnotizan, con panorámicas privilegiadas del río, la vegetación y los animales que allí habitan, con un servicio personalizado y detalles inesperados… El lujo que propone el barco cobra otra dimensión, se hace más evidente y valioso.
Los guías de naturaleza y a su vez tripulantes del Delfin II nos esperaban junto a la banda de entrega de equipaje, en el aeropuerto de Iquitos. Pronto abordamos el autobús que nos llevaría primero a comer en un restaurante flotante y luego hasta Nauta, distante a 95 kilómetros, pequeño puerto ubicado a orillas del río Marañón, para abordar el crucero.
La mesa común a la hora de la comida es la excusa ideal para empezar a conocer a los otros pasajeros que compartirán la travesía: tres parejas peruanas, dos muchachas limeñas, un granjero australiano que viaja solo, cuatro suizos, la periodista argen-mex (o sea yo)… historias que se cruzan, un poco en español, un poco en inglés, mientras desfilan ingredientes desconocidos en nuestros platillos, todos típicos de la Amazonía.
Ya anocheció (en esta parte del planeta el sol sale y se pone a las cinco) cuando llegamos al acogedor embarcadero-lounge de Delfin Cruises en Nauta, donde nos esperan con un refrescante coctel de bienvenida. Más tarde, ya en el salón comedor del barco durante la cena, habrá cocina gourmet, música en vivo a cargo tanto de los guías como de los camareros (pronto descubrimos que a bordo todos son un poco hombre-orquesta), más historias que se comparten y planes para el día siguiente.
Naturaleza a flote
Madrugar tiene sus recompensas en la selva, de modo que subo tempranísimo a la tercera cubierta, donde se ubica la sala de mando del capitán, el bar-lounge y, además de sillones, hay hamacas, una biblioteca con libros de naturaleza y juegos. Los delfines grises y rosados –estos últimos endémicos de la zona–, brindan un espectáculo singular para los que saltamos pronto de la cama, que estaba comodísima, por cierto.
Luego del desayuno, salimos en las lanchas auxiliares a explorar el río Ucayali para luego internarnos en el caño Velluda, que gracias al alto contenido de ácidos tánicos de su agua es de un tono tan oscuro que funciona como espejo nítido del cielo y la vegetación. Vemos cigüeñas, gaviotas de río, monos ardilla, más delfines, un gavilán…
El barco: Delfín I y Delfin II. Los programas son de cuatro días y tres noches o de cinco días y cuatro noches.
Frente a un mapa ubicado en la tercera cubierta, por la tarde Adonay, uno de los guías de naturaleza del Delfin II, nos habla de los ríos por los que navegamos y las especies más emblemáticas de la zona. También nos ofrece una clase práctica sobre frutos comestibles amazónicos de los que no habíamos escuchado en nuestra vida: yarina, cocota, aguaje, guayaba brasileña, poma rosa, mocambo…
Los chubascos intermitentes del trópico proponen cielos fantásticos, donde los arcoíris se duplican o resaltan sobre una nube negra que anuncia el próximo aguacero. Bajo uno de esos cielos que no puedes dejar de mirar, partimos en la lancha auxiliar con nuestros trajes de baño puestos hacia una laguna donde nadamos. La tripulación del barco pensó en todo: llevan toallas, flotadores y ponchos impermeables para el regreso, de modo que la experiencia sea una de las mejores de toda la travesía, que no es poco decir. Además, un paramédico con acompaña a todas y cada una de las excursiones.
A los latinos no se nos da la puntualidad como a los suizos y el choque cultural se hace evidente. La diferencia de idiomas, por suerte, justifica que hispanoparlantes y anglosajones nos movamos en lanchas diferentes… ¡con diferencia de unos cuantos minutos! Y todos pronto nos sentimos muy a gusto con la compañía que nos tocó en suerte. El relativo aislamiento y la pequeña comunidad a bordo me sugieren un dejá vu literario: una y otra vez recuerdo con una sonrisa la novela Los premios, de Julio Cortázar.
Así, el segundo día la actividad empieza a las cuatro de la mañana (4:20 para los latinos), para ir a ver guacamayas, una buena cantidad de monos y caminar brevemente por la selva. Por la tarde, la excursión en kayak por el río El Dorado, resulta divertidísima y agotadora.
Otra excursión emocionante es la que hicimos por la noche, con una lámpara, para ver caimanes. La habilidad de Adonay para identificar los ojos rojos en la oscuridad cerrada nos sorprende aún más que los pequeños cocodrilos escondidos entre los lirios acuáticos. Para el regreso al barco, la tripulación nos ofrece lentes que impiden que algún mosquito lastime nuestros ojos. Detalles y más detalles, que nos hacen sentir protegidos.
El tercer día, antes de desembarcar, visitamos la pequeña comunidad de Puerto Miguel, donde tejen con palma y elaboran unas artesanías que decoran el Delfin II proponiendo toques de buen gusto.
Aunque no nos molestaría seguir con nuestra rítmica rutina de exploración en las lanchas auxiliares, de comidas gourmet en el salón del primer piso del barco, de conversaciones agradables con los otros pasajeros, de contemplación del río por el ventanal del cuarto o desde la tercera cubierta… al fin llega el momento de desembarcar en Nauta. Ni modo, intercambiamos tarjetas de presentación y prometemos mandarnos las fotos de nuestra aventura compartida por el Perú más profundo.
Un tren en las montañas
El recorrido del Hiram Bingham desde Cusco a las ruinas incas de Machu Picchu. Lee más.
Reblogueó esto en VIAJES, ARTE Y SENSACIONESy comentado:
Nuestra amiga Jes, estuvo en el Amazonas y nos cuenta las vivencias de un viaje por el caudaloso río. Ese río que fue bautizado por Orellana, del cual hablamos en el artículo de Trujillo, población donde compartió cuna junto con otros conquistadores, como Pizarro.
Han pasado los siglos, y el mito sigue vivo. Además cuenta con una gran biodiversidad para disfrutar hoy en día.
Me gustaLe gusta a 1 persona