El ánimo nómada del escritor y compositor norteamericano Paul Bowles despertó su curiosidad por Marruecos, donde viajó en agosto de 1931. Primero se hizo acompañar por su maestro, el músico Aaron Copland, quien no logró adaptarse muy bien a las rarezas del país africano. Así, pronto el principal secuaz de Bowles en sus aventuras marroquíes pasó a ser el joven estudiante Harry Dunham.
En Marrakech, el dúo se hospedó en un hotel pequeñísimo regenteado por una pareja colonial que despreciaba a los marroquíes y tenía un sirviente, Abdelkader, con el que se había ensañado especialmente, obligándolo a trabajar gratis durante dos meses por haber quemado con la plancha una camisa de su jefe. Dunham concibió entonces la idea de hacerse con un exotiquísimo empleado, que acarrearía como recuerdo de su visita a África. “Necesito un criado, le pregunté a Abdelkader si le gustaría ir a París y me ha dicho que sí”, argumentó. Pero su plan requería tantos trámites burocráticos que no le alcanzaba el tiempo de su estadía en esa ciudad para completarlos. De modo que dejó a Bowles –viajero sin prisas–, el encargo de conseguirle su sirviente.

La tarea de Bowles no fue fácil, sin embargo consiguió emprender el retorno a Europa con Abdelkader. El marroquí había ido varias veces al cine en Marrakech, experiencia que lo había impresionado profundamente, y ese era todo su conocimiento de los artefactos del siglo XX. Aunque conocía los trenes y los automóviles, subir al trasbordador que lo llevaría de Tánger a Algeciras lo llenó de terror: su abuela le había advertido que en Europa había “puentes que se movían” y que si se subía a uno se enfermaría. De modo que el muchacho cruzó el estrecho de Gibraltar tumbado en la cubierta, mareadísimo. Luego, en el mercado de Algeciras, se encolerizó al comprobar que las naranjas españolas no eran como las marroquíes. “Este país no es bueno, mon zami, y además están todos locos”, opinó.
Pero no terminó ahí el accidentado descubrimiento cultural de Abdelkader, que tanto asombró y divirtió a Bowles. Ya en Sevilla, el escritor decidió llevar a su exótico compañero a un cabaret. Las muchachas que bailaban sevillanas en un momento bajaron del escenario y circularon entre las mesas. Cuando una de ellas pasó cerca, el marroquí extendió una mano y, al tocarla, la retiró de inmediato como si se hubiera quemado: “¿No es cine? ¿Son reales?”, exclamó entonces, desconcertado. “¡Son verdaderas, eso está bien, mon zami!”, agregó complacido.
El camino a París deparó más sorpresas a Bowles y su acompañante. La visita al Museo del Prado, en Madrid, brindó un nuevo hallazgo para ambos viajeros. Abdelkader se paró frente a los cuadros de Goya esperando que se movieran, igual que las películas que conocía. Como la acción no comenzaba, se molestó y siguió camino hasta plantarse frente a las pinturas de El Bosco, que lo dejaron paralizado. Enseguida, con el rostro demudado, logró a

rticular palabras: “¡Vamos! Han empezado a moverse. ¡Salgamos de aquí!”. Una vez fuera del museo, más tranquilo tras comprobar que el mundo seguía su ritmo habitual, el marroquí aseguró que ya sabía quién había hecho todos los filmes de “esa casa”: Satanás.
Unos días más tarde, ya en París, Bowles comentó el incidente del museo con el pintor catalán Joan Miró, quien estuvo de acuerdo con Abdelkader. “Los Boscos verdaderamente se mueven”, confirmó.
Ficha Personal
- Paul Bowles (1910-1999)
- Nació en Nueva York. Pero pasó su vida trashumando (vivió cuatro años en México), hasta instalarse definitivamente en la ciudad marroquí de Tánger, donde oficiaba de anfitrión de reconocidos intelectuales de la época.
- Compositor y escritor. Se lo identifica con la generación beat y el movimiento underground.
- Escribió música para obras teatrales de Tennessee Williams, Jean Cocteau y Lilliam Hellman, entre otros. Colaboró con Orson Welles, John Huston y Elia Kazan. Entre sus textos destacan las novelas El cielo protector, La casa de la araña y Déjala que caiga.
- Buena parte de su fama la obtuvo cuando el director de cine Bernardo Bertolucci eligió su novela El cielo protector, ambientada en Marruecos, para filmar su película “Refugio para un amor”, protagonizada por John Malkovich y Debra Winger.
Fuente: Memorias de un nómada, de Paul Bowles, Grijalbo Mondadori, 2000.
Maravillosa anécdota, gracias me gusta tu espacio.
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¡Gracias, Paola!! Me llena de alegría saber que me lees ¡y que te gusta!! Abrazo. Jes
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