A orillas del delta del río Mississippi, mezcle una colonia de franceses que peregrinaron desde Canadá, un buen puñado de españoles conquistadores, muchos esclavos africanos, un poco de picante mexicano y agregue una pizca de cultura caribeña: una receta infalible, que da como resultado la fascinante bohemia de New Orleans.

Una combinación única y original. Un cruce de caminos donde decidieron convivir diferentes culturas y hacer relucir lo mejor que trajeron de otros rincones del planeta, mientras aceptaban interesantes influencias. Así de peculiar es New Orleans, que tiene además una genial habilidad para crear música, comida, alegría de vivir, magia.

La primera noticia sobre las peculiaridades del destino las experimenta el viajero en cuanto aterriza en el recién inaugurado aeropuerto internacional Louis Armstrong de New Orleans, que comenzó a operar en noviembre del año pasado. Con un interesante concepto que destaca los highlights de la ciudad, el nuevo MSY propone tiendas de diseñadores locales, así como restaurantes de la afamada cocina autóctona que han ganado renombre, como el Folse Market, del chef John Folse, el Emeril’s Table, del chef Emeril Lagasse, el Leah Kitchen, que rinde homenaje a Leah Chase, la chef del legendario restaurante Dooky Chase’s, el Mopho, que mezcla armoniosamente las recetas creole con especialidades vietnamitas o el Café du Monde, con sus adictivos beignets.

El “Satchmo airport” consigue así que la primera impresión de New Orleans sea provechosa. De modo que sobre aviso no hay engaño, pues NOLA es uno de esos destinos que se abre camino al corazón de los visitantes conquistando primero su paladar y su estómago.

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Sobre cómo empezar (el día y el viaje)

Y si de corazones se trata, el de New Orleans late en las encantadoras calles de su French Quarter. Aunque el nombre del barrio recuerda la influencia francesa, en realidad tiene también mucho de ibérico por haber estado una temporada bajo el dominio de la corona española. Las casas de dos pisos rodeadas de hermosos balcones, que dan resguardo a las aceras y están ornamentados con herrería, son el signo de identidad de este vecindario histórico.

Trazado como una cuadrícula perfecta, el barrio francés tiene su lado sur sobre el río Mississippi y los otros tres están delimitados por Canal Street, Esplanade Avenue y North Rampart Street. Jackson Square está justo en el centro del barrio, frente a la Catedral de St. Louis, escoltada a su vez por el Cabildo y The Presbytère. Este último edificio alberga el Louisiana State Museum, que ofrece dos interesantes exposiciones permanentes: una dedicada a la famosa celebración del carnaval, el Mardi Gras, y la otra llamada The Living with Hurricanes: Katrina and Beyond, sobre los huracanes que han golpeado la ciudad.

Si se cruza el parque, la fila de carruajes turísticos tirados por caballos, el parque Washington Artillery y las exclusas que están listas para defender a New Orleans de cualquier inundación, se llega al río Mississippi, donde se pueden ver los icónicos barcos de vapor con sus enormes ruedas giratorias y hasta abordar alguno para un tranquilo paseo.

Pero quienes estén empezando su día (o su viaje) no pueden perderse un desayuno clásico ahí cerca, junto al French Market, en el Café du Monde: unos beignets, que son unos pequeños buñuelos franceses típicos, cubiertos de muchísima azúcar glass, acompañados por un café au lait que preparan mezclando achicoria a los granos de café para darle a la mezcla algunas notas que recuerdan al chocolate. El Café du Monde es también un recurso muy habitual para el final de una noche de fiesta, ya que está abierto las 24 horas.

Aunque para un desayuno mucho mas sustancioso está el Brennan’s restaurant, donde el día se empieza con sus clásicos (y espirituosos) eye openers, como el Brandy Milk Punch o el Coach Ojen Frappe. La apuesta mañanera del Brennan’s puede continuar con su Baked Apple, que es favorita del restaurante, donde también ofrecen appetizers con mariscos y hasta una sopa de tortuga (de granja). Por último, está la oferta de huevos en diferentes presentaciones, incluidas algunas especialidades creole y cajún.

De la mezcla nace el amor

Claro que, llegado este punto, vale aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de algo creole, cajún o de la asombrosa mixtura cultural de New Orleans, ya que los ejemplos se multiplican tanto en la gastronomía como en la arquitectura.

Una de las etnias que le dieron su perfil singular al estado de Louisiana en general y a New Orleans en particular son los cajunes o acadianos, descendientes de los pioneros franceses que, perseguidos por su religión católica en Canadá, se exiliaron de Acadia y migraron hacia el sur, incorporando con el tiempo influencias españolas y alemanas. La comunidad resultante tiene su propia lengua (prácticamente incomprensible para un francoparlante), su propia música y una gastronomía que fue tomando forma con lo que el terreno ofrecía, incluidos sus característicos acentos picantes que resultaron de la incorporación de los chiles que llegaron de México a través del puerto de la ciudad.

Asociado a todo lo cajún está también lo creole o criollo, que es producto de la ocupación colonial, tanto francesa como española. El término creole se utilizaba para distinguir a los descendientes nacidos en Louisiana de los inmigrantes llegados de Europa.

Por otra parte, el motor de la economía local fueron por siglos las plantaciones de azúcar y algodón, que ocupaban una enorme cantidad de mano de obra esclava llegada a las costas del río Mississippi desde África occidental. Así, la población negra de New Orleans llegó a superar en porcentaje a la blanca.

A la mezcla cultural y racial hay que agregar la influencia caribeña y las preexistentes tribus nativas. Por último, cuando Napoleón vendió Louisiana a los Estados Unidos, en 1803, llegaron los anglosajones a completar el curioso mosaico cultural. Aunque últimamente, se han agregado otras naciones, como por ejemplo los vietnamitas.

La gastronomía de New Orleans es un fiel testimonio de estos bamboleos históricos y la mejor forma de saborear sus evoluciones culturales, de modo que sin falta hay que probar un platillo creole, como las ostras bienville, el po-boy o la sopa de tortuga, o uno cajún, como la jambalaya o el gumbo. Pero la fenomenal combinación cultural no acaba en la gastronomía, pues la música es otro capítulo impresionante que dio como resultado nada menos que el jazz. A propósito de este género musical, hay que darse una vuelta por el New Orleans Jazz Museum, ubicado en la antigua Casa de Moneda, sobre Esplanade Avenue. Por otra parte, está también el mundialmente famoso carnaval de New Orleans, celebración relacionada con la Cuaresma cristiana, que culmina en el épico Mardi Gras (martes gordo), un día antes del Miércoles de Ceniza.

Que sigan los buenos tiempos

Los vecinos de New Orleans suelen usar la expresión “laissez le bon temps rouler” o “let the good times roll”, pues saben cómo darle vuelo a la alegría de vivir. Se trata, por lo tanto, de una faceta de la ciudad que hay que experimentar cuando cae el sol, escuchando jazz, trasnochando en Bourbon Street, probando sus cocteles más deliciosos o coleccionando los collares que avientan desde los balcones o de las carrozas que participan en los desfiles de Mardi Gras.

Para escuchar buen jazz, una cita imprescindible es el Preservation Hall, que desde 1961 ofrece unas sesiones exquisitas, sin pretensiones innecesarias, de jazz en estado puro.

Además de Bourbon Street, en el French Quarter, las noches pueden resultar muy musicales en Frenchmen, una calle con una magnífica sucesión de bares donde ir escuchando distintos géneros musicales locales, hasta quedarse anclado en el que resulte favorito. Y en esas rondas hay que probar el sazerac, coctel emblemático de la ciudad que lleva whiskey de centeno, unas gotas de bitter (amargo), limón amarillo y azúcar. Por cierto, los amantes de los cocteles deben visitar la recién inaugurada Sazerac House, en Magazine Street, un museo interactivo de tres pisos, donde aprenderlo todo sobre los cocteles, la cultura y la tradición locales.

Pero si de éxtasis festivo se trata, nada como el Carnaval. Y aunque se visite la ciudad fuera de temporada (para asistir a los desfiles de Mardi Gras hay que planear el viaje con aproximadamente un año de anticipación), siempre se puede hacer una visita al Mardi Gras World, los enormes talleres donde se confeccionan las carrozas y donde ofrecen un interesante recorrido guiado. Allí el viajero puede ver a los artistas trabajando, descubrir que el Carnaval de NOLA es un festejo muy familiar (aunque claro, también es parte del asunto el desenfreno de Bourbon Street) y probar una rebanada de King Cake, la rosca típica que trae muñequito escondido y viene cubierta con los colores de New Orleans: verde (por la fe), morado (por la justicia) y dorado (por el poder).

Así, de sol a sol, la ciudad de New Orleans es una receta con ingredientes únicos, mezclados con arte y buen gusto, que encanta sin artificios y deja siempre esas ganas de regresar por un nuevo bocado.

Publicado en la revista Hotbook, tomo 037, marzo 2020.

Escrito por:Jes Garbarino

Periodista y viajera. Armo la maleta (antes era mochila) cada vez que tengo oportunidad, desde hace más de 20 años.

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