Vecino de Centroamérica y con sus costas bañadas por el mar Caribe, Belice es una gran incógnita incluso para los habitantes de los países con los que comparte frontera y, en algunos aspectos, resulta exótico y muy agreste.
Con menos de 400 mil habitantes en todo su territorio, Belice resulta un país bastante virgen comparado con otros de la región. Además, el uso del inglés como idioma oficial también lo separa y lo diferencia de sus vecinos (es miembro de la mancomunidad británica). Por lo demás, a veces puede resultar un poco tardado llegar –aunque las distancias no son largas–, puesto que las vías aéreas suelen requerir conexiones.
Por otra parte, está la distancia que dispone el desconocimiento sobre su geografía o sus atractivos. Una improvisada encuesta entre conocidos –mexicanos todos, gente culta, por cierto– pidiéndoles que nombren tres ciudades beliceñas, se estancó generalmente en un automático “Belmopán”.
Belice es entonces el lugar que se antoja exótico y remoto, aunque quede bastante cerca. Desde Chetumal, capital del estado mexicano de Quintana Roo, salen lanchas que cubren por mar, en una hora y 45 minutos, la distancia entre San Pedro o cayo Caulker (110 dólares de ida y vuelta), dos de los destinos que concentran la mayor parte del turismo del país, con su auténtico encanto caribeño, sin artificios estandarizados.
San Pedro, en el cayo Ambergris, inspiró a nada menos que Madonna su canción “Isla Bonita” y cuenta con su pequeño aeropuerto desde donde salen muchos de los vuelos que llevan en pocos minutos a explorar lugares recónditos del país. Allí, el hotel Ramons Village Resort está muy bien ubicado y es una excelente opción de alojamiento.
En tanto, el muy pintoresco cayo Caulker, con sus casas de colores y su andar descalzo, defiende con toda la parsimonia su lema: “Go Slow”.
Azul profundo
¿Qué no se puede perder ningún viajero cuando visita Belice? El famoso Great Blue Hole, una formación circular en medio del mar, que en realidad es un cenote o una cueva vertical, de 125 metros de profundidad y 300 de diámetro, declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco en 1996 como parte de la barrera de arrecife Lighthouse, en la que está ubicado.
The Great Blue Hole se hizo célebre cuando el oceanógrafo Jacques-Yves Cousteau hizo la primera inmersión en 1960 y lo señaló como uno de los mejores diez lugares del mundo para bucear. Desde entonces, los buzos de todo el mundo han peregrinado hasta sus remotas profundidades. ¿Cómo se llega? Como está ubicado a unos 100 kilómetros de la costa, una lancha demora unas tres horas en llegar, de modo que la excursión toma como mínimo un día completo.
Pero los amantes de la fotografía no pueden perderse la oportunidad de sobrevolarlo en avioneta para descubrir su circular perfección, sus colores, su asombrosa belleza. Los vuelos parten de cayo Caulker, sobrevuelan el Blue Hole y vuelven a aterrizar una hora después, a un costo de 100 dólares por persona.
Tiburones inofensivos
El mar Caribe que se extiende frente a Belice ofrece más maravillas únicas, como la oportunidad de nadar con tiburones nodriza y mantarrayas dispuestas a jugar con los visitantes acompañando el desplazamiento con su característico movimiento ondulatorio y la mirada curiosa.
Los guías explican que estos tiburones (sin dientes, aseguran), que no están interesados en atacar a los humanos, asocian el ruido de los motores de las embarcaciones con la comida, pues se acostumbraron a seguir las barcas de los pescadores al lugar donde limpiaban sus redes, arrojando al mar abundante alimento. Ahora les da igual si se trata de pescadores o turistas: se arremolinan sin falta frente a las embarcaciones, comen lo que se les ofrece y nadan con los intrusos, que les importan menos que la comida gratis.
Muy cerca de ese punto, tampoco hay que perder oportunidad de nadar con un buen snorkel y patas de rana en la segunda barrera de coral más grande del mundo, con infinidad de peces de colores sorprendentes.
Pasado maya
El territorio de Belice antiguamente estaba habitado por la cultura maya que dejó una gran cantidad de vestigios de su espléndida arquitectura y su cosmovisión. A lo largo y ancho del país existen varios sitios arqueológicos más o menos explorados, como por ejemplo Lamanai. Para llegar a estas remotas ruinas mayas desde San Pedro se puede tomar un vuelo de 20 minutos hasta Orange Walk, desde donde se toma una lancha que navega por el New River durante una hora, mientras se pueden ver una enorme cantidad de pájaros y otros animales. Lamanai significa “cocodrilo sumergido” y es un interesante conjunto arqueológico, rodeado de una selva frondosa, con edificios como el Templo Jaguar, el Palacio Real, el Patio de la Corte, el Templo de la Máscara o el Templo Alto, que con sus 33 metros de altura es el más empinado del sitio y uno de los más altos de la era preclásica maya. Desde la cima del Templo Alto, las vistas del río y de la selva valen el precio de soportar algunos mosquitos muy insidiosos que sin falta acompañarán tus esfuerzos (llevar repelente, sin falta).
Hasta aquí una primera probadita de este país que es toda una incógnita, que resulta perfecto para los viajeros en busca de lugares poco explorados, auténticos, con sus buenas dosis de aventura.
Para el próximo viaje quedaron pendientes Placencia, una visita a las comunidades garífunas y, por qué no, conocer el nuevo eco-resort que está construyendo Leonardo DiCaprio en el cayo Blackadore, que se compró (porque hay cayos a la venta para los multimillonarios que se lo puedan permitir) o los tres hoteles-escondite que tiene Francis Ford Coppola: el Blancaneaux Lodge, el Turtle Inn y el Coral Caye, con su irresistible combinación de cine, vino, comida, aventura y mar Caribe.