Con los propios ojos, atrás de unos binoculares, en la pantalla de la cámara o con un telescopio, la vida salvaje que bulle en cada rincón de este país –con una gran parte de su territorio dedicado a la conservación– salta a la vista.
Metro veinte de altura, unos ocho años de edad, gorro, protector solar, calzado que sirve igual para la playa o las caminatas por el bosque y, lo más importante, binoculares: ese niño sabe exactamente a qué vino a Costa Rica.
El cuadro, justo en frente de nuestro explorador en ciernes, parece de un verde implacable, hasta que el guía señala algo: entre el follaje nos observa inmóvil un perezoso que parece sonreír. Hay un revoloteo de emoción en el grupo, todos se apuran para distinguir la silueta taciturna colgada de una rama mientras escuchan la explicación sobre las características y costumbres del bicho en cuestión. La escena se repite una y otra vez con monos, pájaros, iguanas, basiliscos, murciélagos, ranas, insectos… Los guías son verdaderos expertos en volver infructuosos los más sofisticados camuflajes del reino animal. Y los visitantes siempre cumplen sus expectativas de ver una enorme cantidad de vida salvaje en su ambiente natural, algo que en el caso de los niños es magia pura.
Tortuguero
Además de capital del país, San José de Costa Rica es un punto bastante intermedio para dirigirse a cualquiera de los muchos parques nacionales y áreas de conservación. Decidimos visitar Tortuguero, al norte de la costa Caribe, que debe su nombre a las tortugas marinas verde, carey y baula que cada año –entre julio y septiembre– acuden a sus playas para desovar.
Hospedaje en Tortuguero: Evergreen Lodge y Manatus Hotel.
Hay varias formas de llegar al pequeñísimo y colorido pueblito de Tortuguero, situado entre un canal y el mar (donde no verás ni un solo auto), pero ninguna es por tierra puesto que no hay carreteras y sólo se puede acceder en lancha o avión. Nosotros nos embarcamos en Pavona y navegamos una hora hasta nuestro destino, primero por el río Suerte y luego por el canal Penitencia. La ruta es encantadora y uno tiene una primera aproximación a lo que verá luego: mariposas morpho de un azul intenso, una tortuga negra, garzas y reptiles se asoman para darte la bienvenida.
Las excursiones por los canales del Parque Nacional Tortuguero son en embarcaciones más pequeñas con motores más silenciosos o de plano en canoa y, dado que la zona es extremadamente lluviosa, no se suspenden ni con el más torrencial aguacero.
Como tomamos tanto el paseo que se hace al amanecer como el de la tarde, nos tocaron en el mismo día los dos climas, sol y lluvia. Así logramos ver los tres tipos de monos que habitan la zona –cara blanca, aulladores y araña–, pájaros como la jacana norteña, que camina sobre los lirios de agua, una aninga, patitos cantil, un chocuaco y dos lapas o guacamayas verdes en pleno vuelo; también un caimán bebé y un basilisco esmeralda. Pero el plato fuerte del paseo, que dejó pasmado incluso a Manfred, nuestro guía, fue una enorme boa constrictor que acababa de almorzar abundantemente y hacía la digestión inmutable a cortísima distancia de la embarcación.
Sarapiquí
Luego de un par de días en Tortuguero, el siguiente destino quedaba en la costa del Pacífico, así que había que atravesar el país.
Tours y alojamiento en Sarapiquí: Tirimbina Rainforest & Lodge, La Virgen de Sarapiquí, Heredia.
Hicimos una parada en Sarapiquí, donde está la reserva natural de bosque lluvioso Tirimbina, que además de es un lodge y un centro educativo donde se pueden tomar el tour del chocolate, una caminata de historia natural, un tour de aves y un paseo nocturno, entre otros, y que cuenta con el puente colgante más largo de Costa Rica, con 265 metros de largo, que atraviesa el río Sarapiquí. Ideal para los exploradores menores de edad.
Camino a Jacó
Y ya que de atravesar puentes se trata, sobre la autopista 34, que justamente era nuestra ruta hacia el Pacífico, hay uno que cruza el río Tárcoles y que es otra parada obligada puesto que justo abajo, una veintena de cocodrilos se asolean indiferentes a los turistas que envalentonados por la seguridad de la distancia los acribillan con sus cámaras de fotos.
Teleférico: Rain Forest Adventures – Costa Rica Pacific.
Seguimos camino y poco antes de llegar a Jacó –la playa favorita de los ticos que viven en la capital, dado que es la más cercana–, hicimos una nueva escala en el Rain Forest Adventures Costa Rica Pacific, para subirnos a su teleférico que ofrece una vista privilegiada de las copas de los árboles, además de una excitante tirolesa (por la que se puede lanzar sin problema nuestro explorador de ocho años) y un serpentario.
Manuel Antonio
Por fin llegamos a la costa del Pacífico, a uno de los lugares que nadie debe dejar de visitar si viaja a Costa Rica: Manuel Antonio y su estupendo Parque Nacional. Ahora es cuando nuestro joven explorador en ciernes hará uso de su equipamiento playero (puesto que en Tortuguero las playas no son aptas para nadar), además de no descolgarse por nada los binoculares.
Hospedaje en Manuel Antonio: Parador Resort & Spa.
Nos alojamos en el hotel Parador, que ofrece tanto un tour nocturno para ver anfibios en sus jardines, como una excursión al Parque Nacional Manuel Antonio y, además, cuenta con un sendero especial, con estupendos miradores de cara al mar, para ver los monos que llegan a comer a las copas de sus árboles.
No teníamos grandes expectativas sobre lo que veríamos en el tour de anfibios cuando, a las seis de la tarde, nos reunimos junto a la alberca principal del hotel con Elías, nuestro guía. De modo que la sorpresa fue enorme cuando apareció la primera rana de ojos rojos, y cuando nos enseñó a distinguir entre la forma de croar de las diferentes especies, y cuando tomó con su mano una rana ternero, que maúlla como gato, o nos mostró la rana gladiador, o una pequeñísima rana amarilla.
El pequeño explorador y todos los demás, estábamos fascinados; así que nos dio mucho gusto a la mañana siguiente cuando vimos que el mismo guía nos acompañaría al Parque Nacional, donde además de nadar en unas playas espectaculares, continuamos viendo más y más animales salvajes (algunos con ayuda del telescopio que cargaba Elías).
Y si sobre la superficie la vida es abundante, bajo el mar no lo es menos. De modo que cuando viajas a Costa Rica no tienes que perder ocasión de nadar con un esnorkel. Con ese objetivo tomamos una excursión en catamarán, que además nos dio la emocionante oportunidad de ver delfines haciendo marometas y nadando junto a la embarcación. Un espectáculo que nuestro joven explorador aplaudió genuinamente feliz.
Así, sobre la tierra, entre el follaje y bajo el mar, nos hizo mucho sentido que en estas latitudes el saludo que intercambia la gente cuando inicia una conversación sea un exuberante “pura vida”.