Las ciudades de Pereira, Armenia y Manizales son los vértices de un paseo campestre que lo mismo habla de granos maduros de café, telenovelas memorables, auténticas haciendas de antaño, arrieros de postal, Jeeps Willys de los años cincuenta y art latte en una taza que quieres y no quieres beberte.

La cafetera exprime los últimos granos del café que traje de Colombia para regalarme un expresso perfecto, con la espuma y la acidez exactas, con ese aroma que espabila. “Nada más inspirador –me digo–, para sumergirme en esta página en blanco que se abre frente a mí y hacer un relato a brincos de cafeína, del viaje que realicé hace un par de semanas a Colombia”, más exactamente al llamado Triángulo del Café, declarado en 2011 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

La zona cafetalera por excelencia de Colombia tiene tres esquinas claras: las ciudades de Pereira, Armenia y Manizales en los departamentos de Risaralda, Quindío y Caldas. Sin embargo, si te mueve el aroma y el sabor del café, vas a preferir el turismo rural, alojándote en las lujosas haciendas que forjaron el prestigio de café colombiano en todo el mundo, justo al pie de los cafetales.

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Los primeros sorbos

Sabor de lo auténtico

Mientras la cafeína se demora en llegar a mi sistema nervioso, les cuento sobre un lugar perfecto para relajarse que visité apenas llegué a Pereira: Hacienda San José. Francisco Mejía fue uno de los fundadores de esa ciudad y también quien hizo construir la casona allá por el año 1888, en unos terrenos dedicados a la producción de café. Cinco generaciones de Mejías pasaron desde entonces entre esas paredes hasta que Isabel, la actual propietaria, las convirtió en un exquisito hotel boutique de apenas diez habitaciones, rodeado de árboles centenarios y bellos jardines. El mobiliario y la decoración son originales, de modo que el lugar ofrece una atmósfera campestre de otro tiempo, ideal para sumergirse en el mundo del café.

Despierta la curiosidad

Del almácigo a la taza

Las neuronas ya están alerta. Un estado perfecto para llegar a la Hacienda Venecia –una finca en funcionamiento que también ofrece alojamiento–, donde me explicaron todo el proceso del cultivo y el beneficio del café. En cuanto llegué me ofrecieron una taza de café expresso perfectamente bien preparado, de modo que fue difícil resistirme a una segunda y a la tercera mientras Alejandro Gómez explicaba el porqué de la calidad superior del café colombiano: se planta entre los 1600 y los 1800 metros sobre el nivel del mar y se cosechan a mano sólo los granos maduros. Con la energía de tres tazas en el sistema nervioso, nos invitan a pasear por la plantación. Pruebo uno de los frutos rojos por sugerencia del guía: la pulpa tiene la consistencia del litchi, un sabor dulce, suave, levemente ácido. Una de las chicas que participa en el recorrido –de Costa Rica ella–, advierte entonces: “Ahorita empiezo a cantar como La Gaviota en el cafetal”. La referencia a la telenovela colombiana Café con aroma de mujer, que dio la vuelta al mundo, es inevitable en ese contexto y regresa cuando, ya en el beneficiadero, descubrimos que la máquina despulpadora es marca Gaviota. Por fin, el paseo termina en la colorida casa principal de la finca, de estilo antioqueño, donde saboreamos un tradicional ajiaco.

Encendemos motores

Emblemáticos Jeep Willys

Guerreros con más de 60 años de servicio, estos vehículos que se crearon para servir en la Segunda Guerra Mundial, resultaron ser ideales para las faenas del campo, tanto que todavía se siguen utilizando en el eje cafetalero de Colombia. Pero también son la forma más divertida de moverse en la zona cuando estás de visita. Me trepé a uno modelo ’52.

Desfiles: Durante los aniversarios de los diferentes pueblos hay exhibiciones donde los conductores de Jeep Willys hacen acrobacias o yipeos con sus vehículos.

“Antes cargaba hasta 40 trabajadores –asegura el chofer–, se decía que si a alguien le cabía el dedo gordo del pie, podía subirse; ahora, por seguridad no se permite llevar a más de nueve personas”. Así, en los parques principales de pueblos como Salento o Filandia puedes encontrarlos, fotografiarlos, rentarlos (funcionan como taxis rurales).

El nombre del café

Arriero, como Juan Valdez

La Federación Nacional de Cafeteros creó el personaje y lo hizo célebre en el mundo entero: Juan Valdez es un arriero y es la marca con la que comercializan café. En el Valle de Cocora –donde llegué para disfrutar un raro paisaje de montaña salpicado de altísimas palmas de cera–, un arriero con su poncho, su carriel (pintoresco bolso de cuero), sus alpargatas y su machete, hace gala de destreza y velocidad a la hora de cargar a su mula Adiós Faltona. Su silueta se recorta al pie de mi paquete ya vacío de café.

Amor al alcaloide

La telenovela

Amo el aroma del café. Alguien se ocupó de enumerarlos y concluyó que son 36, conocidos como le nez du café. El mío perfuma el ambiente provocándome a beber un sorbo más y recordándome el capítulo melodramático del viaje. Filandia –sin n– es el pueblo donde se filmó la exitosísima telenovela Café con aroma de mujer (que tuvo su versión mexicana con tequila como materia prima en Destilando amor) y un pueblo auténticamente encantador.

Mirador Colina Iluminada: Trépate al mirador de Filandia y bebe una taza humeante escaleras arriba, en el café que homenajea a la famosa telenovela, frente a un paisaje verdaderamente bucólico.

Aunque la mayor parte de los turistas se dirigen a Salento para obtener ese aura íntima de los pueblos pequeños, Filandia fue por mucho mi favorito.

Dibujos con espuma

Art latte sobre un capuchino

¿Cómo aprendí a hacer que mi café expresso fuera perfecto? El barista Diego Rodríguez, del Café Jesús Martín, en Salento, me dio algunos consejos infalibles. Moler cuatro segundos unos once gramos de café en grano por cada taza, para lograr una molienda fina. Compactar el café porque la máquina trabaja a presión. El tiempo de extracción debe ser de unos 25 segundos. Precisión es sabor. Pero lo que no logré replicar son esos capuchinos con diseños de hojas estilizadas, flores y corazones que, además, cuando te decides a arruinar el arte efímero del barista, descubres que saben delicioso.

La cafeína me abandona. La página ya no está en blanco. El café colombiano que había traído, se acabó. ¿Será que alguien pueda leer la borra de mi taza? Fin del viaje.

Escrito por:Jes Garbarino

Periodista y viajera. Armo la maleta (antes era mochila) cada vez que tengo oportunidad, desde hace más de 20 años.

3 comentarios en “COLOMBIA: Bajo los efectos de la cafeína

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