Hay cosas en las que los mexicanos prácticamente no reparan y, sin embargo, llenan de sorpresa a quienes los visitan desde otros rincones del planeta. Así, no a todo mundo le parece natural que la gente coma insectos, se reúna a cenar en un cementerio, haga explotar cohetes a altas horas de la madrugada, pague por recibir toques eléctricos, observe complicados rituales de cortesía y que hasta los niños sean aficionados al picante.
1. Toques eléctricos
Una caja de madera con seis pilas chicas, un par de cables y dos cilindros de cobre que conducen un máximo de 120 voltios a las manos de los valientes, consiguen de inmediato llamar la atención de los ojos foráneos. El juego, típico de cantinas y ferias, consiste en ver cuál de los participantes aguanta más voltaje.
¿Por qué lo hacen? ¿Masoquismo? ¿Excentricidad? Hay quienes aseguran que los “toques” relajan los nervios; otros los usan para bajar el efecto de las copas; algunos más para probar su hombría, y están los que se animan por pura curiosidad. En el último grupo se inscriben muchos extranjeros que, en cuanto se sobreponen a la sorpresa, sienten la tentación de experimentar en carne propia tan extraña afición.
2. Insectos en la cazuela
No es un error ni llegaron al plato por casualidad. La sofisticada y exquisita gastronomía mexicana es partidaria de incorporar chapulines, gusanos y hueva de insectos en algunos de sus platillos. La entomofagia, como se llama esta costumbre de ingerir bichos, tiene raíces prehispánicas en tierras aztecas y ha adquirido extravagantes presentaciones entre los chefs de la nueva cocina mexicana. Los expertos aseguran que los tacos de chapulines, los jumiles, los escamoles y el gusano de maguey aportan una rica variedad de vitaminas y brindan la exclusiva categoría de gourmet al paladar que se anima a esta aventura culinaria.
3. Cortesías y otras reverencias
Los finos modales de los mexicanos, la etiqueta que observan en sus relaciones cotidianas, llaman de inmediato la atención de los visitantes o deliberadamente generan choques culturales con aquellos que provienen de lugares donde se estila un trato más directo. Buena parte de los intelectuales extranjeros que visitaron el país a lo largo de los años tomaron nota y dejaron testimonio de su asombro ante el enorme abanico de cortesías que acostumbra desplegar la gente de esta tierra.
El escritor británico Malcom Lowry, por ejemplo, hizo una ilustrativa descripción del fino trato de los mexicanos en su famosa novela Bajo el volcán, que transcurre cerca de Cuernavaca: “En medio de la tolvanera se acercaban dos indios harapientos; discutían con la profunda concentración de profesores universitarios deambulando en la Sorbona a la luz de un crepúsculo estival. Sus voces y los movimientos de sus manos refinadas, aunque sucias, eran increíblemente corteses y delicados. Su porte evocaba la majestad de príncipes aztecas”.
4. Estruendo por la madrugada
«Algo grave debe pasar”, piensa el visitante cuando ha descartado que todo se trata de un raro sueño… pues no es normal esto de escuchar explosiones a las tres de la mañana a media semana. No obstante, lo mejor es contener la taquicardia nocturna, porque en México sí es normal que una celebración empiece, por ejemplo, a las tres de la mañana. La devoción es así, los horarios son estrictos y las procesiones del día de un santo patrono incluyen estruendosos petardos.
5. Banquete de muertos
La celebración de Día de Muertos, el 2 de noviembre de cada año, es muy peculiar y tiene tantos detalles curiosos que deja atónito a más de uno. A lo largo y ancho del país, se puede verificar algunas variantes en el ritual, más o menos macabras, aunque siempre muy festivas. Sin embargo, en todas partes es asombroso ver a niños y adultos comer calacas de azúcar o chocolate con su nombre en la frente. Mientras, en las oficinas se organizan competencias que premian a quien redacte el mejor epitafio-poema (llamado “calaverita”) dedicado a algún colega vivo. También están los vistosos altares que se montan por doquier, donde se ofrecen tanto cempasúchil (flores de muertos) como los platillos favoritos del difunto homenajeado. No falta la visita al panteón para compartir con los queridos difuntos los más delicados manjares.
6. Frases barrocas
La escocesa Madame Calderón de la Barca, autora del libro La vida en México, una compilación de sus cartas repletas de observaciones sobre las costumbres locales, relata en un pasaje cómo intentó sacar del error a un inglés que se quejaba de la “falta de sinceridad de los mexicanos”. Según ella, el problema consiste en “atribuir una trascendencia que no tiene a la frase: Estoy a la disposición de usted”… Expresión que devino en el hoy frecuente “muy a la orden”.
“Si tuviéramos que creer al pie de la letra los ofrecimientos a que obliga la etiqueta mexicana… es natural que nos sentiríamos decepcionados al darnos cuenta de que, no obstante estas ofertas tan reiteradas, debemos alquilar la casa y aun tomar criados para que nos sirvan; pero tomad estas expresiones por lo que valen, y creo que hemos de llegar a la conclusión de que las gentes de aquí son tan sinceras como pueden serlo sus vecinos”, argumenta.
Así, una cortesía que suele descolocar a los extranjeros es el juego de palabras en el que la propia casa se ofrece al interlocutor con un “la casa de usted”. Los malentendidos, cuando se ignora el mero cometido retórico de la frase, son tan espontáneos como hilarantes. Y no falta quien se incomode por la impertinencia al entender, literalmente, que su nueva amistad organizó una comida “en la casa de usted”, sin consultarlo… O quien, algo resignado, espere por horas en su propia casa a supuestos “autoinvitados” que nunca llegarán.
7. Potentes golosinas
Que un mexicano que se precie deba hacerle frente a los picantes más flamígeros es algo que figura entre las expectativas de cualquier extranjero que ponga un pie en México. Sin embargo, incluso en esa zona ardiente hay lugar para la sorpresa: los niños pequeños saborean sin sobresaltos todo tipo de golosinas enchiladas. Paletas con forma de elote totalmente cubiertas con chile en polvo. Tabletas masticables de tamarindo picante y unos muñecos a los que, al apretarlos, les salen cabellos de una pasta tan dulce como picante, forman parte del entrenamiento temprano en sabores extremos al que los niños se someten desde pequeños.