La espigada verticalidad de Hong Kong marca la primera impresión. Así comprendes que la falta de espacio es algo con lo que se convive allí. Sin embargo, pronto descubres cómo se les hace lugar –entre los rascacielos– a las mascotas, las flores y la espiritualidad.

Más de siete millones de habitantes en una pequeña superficie de 1100 kilómetros cuadrados. A lo que se suman la geografía escarpada y las reservas naturales, que amontonan a toda esa gente en apenas un 25 por ciento del territorio. El resultado es una urbe con la mayor concentración de rascacielos del mundo, varios de los cuales cotizan con las alturas más elevadas del planeta.

Alguna estadística de Hong Kong señala que unos tres millones de personas viven arriba de un piso 14 y en las zonas más caras de la ciudad es posible pagar cifras millonarias por un pequeño departamento de 40 metros cuadrados al que a veces sólo llegas usando la escalera.

La falta de espacio es parte de la vida cotidiana de los hongkoneses. Y eso lo compruebas apenas llegas a esta “Región Administrativa Especial” de China. Pero cuando te adentras un poco más entre sus altísimos edificios, puedes descubrir que, a pesar de todo, allí hay lugar para las mascotas: por eso son tan populares el mercado de pájaros y el de peces. El acero y el hormigón, por su parte, no son ubicuos: la gente ama darse una vuelta por el mercado de flores para animar la vida con colores.

Además, de pronto, la sucesión de altísimas estructuras se interrumpe para resolverse en un templo muy ornamentado, que se abre paso luciendo sus siglos de tradición con su peculiar silueta achaparrada. En Hong Kong también hay lugar para la espiritualidad.

El horizonte más alto

Tal vez una de las primeras cosas que el visitante debe hacer en Hong Kong es tomar una buena idea de la dimensión de la aglomeración de rascacielos, que se levanta especialmente en la zona de City of Victoria.

Hotel East Hong Kong: Moderno y cosmopolita, ubicado en la pujante zona este de la ciudad, a pasos del metro, este hotel de la colección de Preferred Hotels & Resorts es ideal para viajeros de negocios o aquellos que buscan un lugar práctico de diseño contemporáneo.

Hay quienes aseguran que, si vas a visitar un solo lugar en Hong Kong, debes decantarte por el Victoria Peak, su punto más alto, que es también el mejor mirador.

Para subir, debes tomar el funicular conocido como Peak Tram, inaugurado en 1888, que en tiempos de la colonia británica estaba reservado exclusivamente para el gobernador y un selecto grupo de habitantes de la cumbre, pero que hoy es uno de los paseos turísticos más populares. El pequeño trencito asciende la ladera en un ángulo inverosímil, algo que hace el viaje tan empinado como interesante.

Hotel Regal Hong Kong: De una elegancia tradicional, este hotel de cinco estrellas tiene una excelente ubicación, en pleno Causeway Bay. Ofrece traslado gratuito desde y hasta el aeropuerto. Además, es parte de la colección Preferred Hotels & Resorts.

Una vez en “El Pico” dirígete a la Peak Tower, el edificio con forma de yunque que tiene un mirador en su azotea: la Sky Terrace 428 (a 428 metros sobre el nivel del mar). En un día despejado, podrás ver la verticalidad de Hong Kong en todo su esplendor. Pero si está nublado, el fotógrafo oficial de la terraza te ofrecerá tomarte de todas formas la foto con fondo blanco (es lo que hay), a la que luego le agregará con Photoshop los correspondientes rascacielos que las nubes te están mezquinando… de modo que sólo se postergue unos cuantos minutos la visión del panorama (peor es nada).

Con la idea general que obtuviste en las alturas, es tiempo de dirigirte al Victoria Harbour, donde seguramente se tomaron la mayoría de las fotos que has visto de la ciudad, incluidas esas con unos antiguos barcos con velas de un rojo profundo. Es una buena forma de adentrarse, ya a ras del suelo, en los entresijos de los rascacielos y la vida cotidiana de los hongkoneses.

Mercados para amar la vida

La alta densidad poblacional de Hong Kong y los elevados precios del metro cuadrado de vivienda parecen no dejar mucho espacio para las mascotas. Así como el acero y el hormigón les restan posibilidades a las plantas y las flores. Sin embargo, o por eso mismo, son populares los mercados de pájaros, de peces y de flores, ubicados muy cerca uno del otro, a pasos de la estación Prince Edward del metro.

El primer mercado que aparece ante nuestros ojos es el de flores, con su abigarrada sucesión de puestos que venden desde bien nutridos ramos hasta plantas con su correspondiente maceta, desde refinadas orquídeas hasta resistentes suculentas, o bonsáis y hierbas comestibles cuyos cartelitos escritos en cantonés con caracteres tradicionales no aportan mucha claridad al visitante occidental. Además, aseguran que allí se pueden conseguir ramilletes que convocan a la buena suerte. Y aunque no vayas a encontrar algo que se pueda comprar y meter en la maleta, el paseo resulta en una experiencia vívida para la vista y el olfato. “Aquí el elemento predominante es la tierra”, pienso, y voy a lo que sigue.

Cuando te cansas del mundo vegetal no tienes más que cruzar la calle y atravesar el portón circular que te lleva al mercado de pájaros, rodeado por un mural alusivo a los amigos alados que ofrecen a la venta. El elemento de este lugar es sin dudas el aire que se estremece en cada aleteo, asumo. Canarios, cotorras, cacatúas… y todo lo que estas aves puedan querer comer (insectos vivos, granos, semillas), además de unas muy ornamentadas jaulas, pueblan los pasillos a techo abierto, donde resuenan los gritos de las aves que, en algunos casos, hablan en cantonés.

Por último, caminas unas pocas cuadras para llegar al mercado de peces de colores, que es una sucesión de tiendas con peceras de todos los tamaños e incluso paredes formadas por bolsas llenas de agua con un habitante cada una en su interior y la descripción indescifrable con marcador indeleble. El paseo resulta hipnótico. Incluso uno tiene la tendencia a quedarse viendo fascinado a aquellos que abandonan su mente al ritmo sincopado en que se mueve la vida dentro de la pecera. Agua, obviamente, ese es el elemento aquí.

¿Será casual? Tal vez sí, tal vez no. Pero en este punto, estimo, al viaje le falta fuego… y se me ocurre que ha llegado el momento de explorar la espiritualidad hongkonesa.

Templos: la antítesis de los rascacielos

Si hay un punto en Hong Kong donde el hacinamiento y la verticalidad se quiebran es en los templos y otros espacios dedicados a la religiosidad.

Cualquier lista de hitos imprescindibles para el visitante de Hong Kong sin dudas incluirá la visita al Gran Buda (Tian Tan) de la isla de Lantau y resulta un buen plan para poner en marcha el propósito de explorar la espiritualidad local en un espacio abierto. De paso, el teleférico que te lleva a la Ngong Ping Village, durante un trayecto que dura 25 minutos, te regalará las vistas más espectaculares que puedas tener del núcleo urbano de Hong Kong, el mar y las montañas.

De modo que puedes dirigirte a la estación Tung Chung del metro, donde está la terminal del teleférico Ngong Ping 360 (ten en cuenta que en fines de semana y feriados las filas son larguísimas). Allí podrás elegir entre las cabinas normales o las que traen el piso de cristal y, si quieres más tranquilidad, puedes pedir el servicio VIP de cabina privada. Una vez en la Ngong Ping Village podrás pasear tranquilamente mientras atisbas en las alturas la enorme estatua de bronce de Buda, que terminó de construirse a fines de 1993.

Una escalera de 268 escalones será la última prueba a sortear para llegar a la cima de la montaña donde el Buda te espera sentado sobre una flor de loto, descomunal, con las 250 toneladas que –aseguran– pesa. Lo rodean una serie de estatuas menores de diferentes dioses y el bellísimo paisaje que te invita a darle la espalda al sabio fundador del budismo.

Luego de recorrer nuevamente la larga escalera ladera abajo, debes desviarte hacia el espectacular monasterio Po Lin, que es el más importante de Hong Kong. Allí podrás ver el templo, las viviendas de los monjes y muchos quemadores de incienso de todas formas y tamaños, que llenan el aire de ese peculiar aroma ahumado. Aspiro profundo y pienso en el elemento fuego. Mi viaje ha logrado cierto equilibrio.

Lo habitual entre los turistas, luego de visitar Ngong Ping, es tomar un autobús por unos 15 minutos hasta el pequeño y pintoresco pueblo pesquero de Tai O, que con su destartalada estampa ofrece un gran contraste con la moderna urbanización de City of Victoria. Las casas sobre palafitos, las embarcaciones desplazándose en los canales y el mercado, donde venden toda clase de pescados disecados y algunas artesanías, son los atractivos principales. “Un pueblo de agua”, se me ocurre unos minutos antes de que un descomunal aguacero nos empape, complique los planes para regresar a la gran ciudad y confirme mis sospechas.

El perfil respingado de la urbe

Un paseo por el distrito financiero de la ciudad de pronto adquiere una nota de desconcierto, cuando se interrumpe abruptamente la sucesión de altísimos edificios para dejar lugar al pequeño templo Man Mo. Casi escondido en Hollywood Road, acosado por los rascacielos que lo rodean, con su techo de tejas verdes, este templo construido en 1847 está dedicado a los dioses de las letras y de la guerra. Al entrar, la luz es escasa y el aire espeso, cargado del humo de los característicos espirales de incienso que cuelgan del techo. El trajinar frente a los altares es tan silencioso como febril: la gente deja frutas, enciende velas rojas, prende varitas de incienso cuyo extremo apoya en su frente mientras hace reverencias… La sensación para el visitante occidental es de intriga, puesto que queda claro que allí están pasando muchas cosas que uno no llega a comprender.

Hong Kong se dice en cantonés: A lo largo de la historia, Hong Kong pasó de estar vinculado con China a ser una colonia británica, a estar ocupado por japoneses durante tres años y, desde el comienzo de este milenio, se convirtió en una Región Administrativa Especial de la República Popular China. Estos avatares geopolíticos acentuaron la influencia occidental en la vida cultural de estos territorios. Pero, al mismo tiempo, allí se han preservado muchas tradiciones y costumbres que las políticas revolucionarias del gobierno de Mao Zedong se ocuparon de combatir en el resto de China. De modo que en Hong Kong se mantiene el uso del idioma cantonés hablado y se escribe exclusivamente con caracteres tradicionales, mientras la República Popular promovió el uso del mandarín y de los caracteres simplificados como lengua oficial para el resto del país.

Con la curiosidad alborotada, decido ver qué otro templo vale la pena visitar en Hong Kong y en la lista aparece el monasterio budista de Chi Lin, que se levanta pegado a los jardines de Nan Lian, en Kowloon, cerca de la estación de metro Diamond Hill. El conjunto tiene un estilo algo diferente al de los anteriores templos, ya que está inspirado en la dinastía Tang. La madera finamente trabajada predomina en todos los edificios, con esos techos de perfil respingado, cuyas “narices” apuntan al cielo y que se acomodan en torno a diferentes patios, junto a unos jardines meticulosamente cuidados. Los jardines de Nan Lian reúnen en armonía estanques con peces y lotos, fuentes, pequeños puentes, árboles delicadamente podados, una casa de té, un restaurante vegetariano… El parque público de entrada gratuita, que ocupa tres hectáreas y media, es una especie de espacioso oasis de calma, belleza y espiritualidad en un contexto sumamente ajetreado. Se trata, reflexiono, de un lugar donde se buscó denodadamente la perfección, de modo que los cuatro elementos están equilibradamente representados. Entonces me lanzo a caminar hasta el siguiente templo.

Luego de 20 minutos andando, llego al templo Sik Sik Yuen Wong Tai Sin (ubicado muy cerca de la estación de metro Wong Tai Sin), que es famoso y muy popular por dedicarse a “conceder todos los deseos”. Allí la acción ocurre al aire libre. Primero te encuentras con una serie de estatuas que son representaciones con cuerpo humano de los animales que rigen los diferentes años: gallo, conejo, perro, serpiente, cerdo, mono… A sus espaldas, una reja atiborrada de cascabeles amarrados con cintas rojas que –creo entender– representan los deseos que se han pedido.

Luego, se ingresa al patio principal, sobre el cual cuelgan unos faroles chinos circulares rojos y amarillos. Hay mucha gente arrodillada mirando hacia el templo, al que no se puede acceder. Me llaman la atención las chicas jóvenes con sus varitas de incienso murmurando algo incomprensible, ¿qué deseo estarán pidiendo fervorosamente que se cumpla? Reviso mentalmente mis propios deseos y lamento no tener claro cuáles son los rituales que habría de seguir. Tampoco hablo cantonés, como para preguntar, de modo que me conformo con seguir el recorrido hacia el siguiente patio, donde otras dos chicas, entre risitas, arrojan monedas a una fuente. Ese ritual lo conozco mejor y puedo intentarlo, por qué no, con un dólar hongkonés. Por último, al fondo del recinto, está el bello Jardín de los Buenos Deseos, intrincado, con estanques, puentes y verandas.

El feng shui –sistema filosófico chino que se utiliza para armonizar los espacios con el fin de generar una influencia positiva en las personas–, me entero, está presente en este templo dedicado a honrar al monje Wong Tai Sin. De modo que están presentes los cinco elementos que organiza esta disciplina: el Pabellón de Bronce es el metal, el Salón de los Archivos es la madera, la Fuente Yuk Yik es el agua, el Santuario Yue Heung es el fuego (venera a la linterna de Buda) y el Muro de Tierra, obviamente es la tierra.

Así, en equilibrio y armonía, termina mi viaje por Hong Kong mientras me marcho del templo Wong Tai Sin, para mezclarme nuevamente con las multitudes del metro y luego ascender a un piso veintitantos de un hotel de la ciudad de los rascacielos. Pero antes, me acerco nuevamente a la Fuente Yuk Yik para verificar que mi moneda sigue allí, con mi encomienda de deseos.

Cómo llegar
Ninguna empresa ofrece más conexiones entre América y Hong Kong que 
su aerolínea bandera. En total, Cathay Pacific conecta Norteamérica 
y Hong Kong con vuelos directos a ocho ciudades de Canadá y Estados 
Unidos como Los Angeles, Nueva York, San Francisco y Vancouver.

Transporte público
Para moverte con facilidad en Hong Kong puedes comprar una tarjeta 
Octopus recargable, que te servirá para viajar en el metro y los 
autobuses de la ciudad con total comodidad.

Publicado en Nat Geo Traveler Latinoamérica, edición 92.

Escrito por:Jes Garbarino

Periodista y viajera. Armo la maleta (antes era mochila) cada vez que tengo oportunidad, desde hace más de 20 años.

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